Influencers, música y violencia: cuando el algoritmo educa en la violencia

La industria musical lleva años romantizando y erotizando la violencia sexual, presentando la dominación, la humillación y la sumisión femenina como deseables o aspiracionales. Esta narrativa, difundida por artistas con millones de seguidores, educa a niñas en la autodestrucción y a niños en una masculinidad violenta y posesiva. En esta entrada del blog analizamos cómo las redes sociales amplifican estos mensajes y por qué es urgente legislar, educar y responsabilizar a quienes producen y difunden contenidos que normalizan la violencia contra las mujeres. La erotización del maltrato y la cosificación extrema no son “decisiones artísticas”. Son expresiones de un sistema patriarcal que vende subordinación femenina como si fuera libertad sexual.

AINHOA CUADRADO AYBAR-ACG Consultora de igualdad género con enfoque de ruralidad

5/28/20253 min read

La música no es solo entretenimiento. Es cultura, es relato, es educación emocional. Y desde hace décadas, una parte importante de la industria musical se ha sostenido sobre una narrativa machista en la que la violencia contra las mujeres no solo se representa, sino que se erotiza y se vende. Las letras, los videoclips y las puestas en escena han contribuido a normalizar la dominación, la humillación y la sumisión femenina como símbolos de deseo. La industria ha convertido el cuerpo de las mujeres en objeto, y su dolor, en estética.

En los últimos años, esta representación ha alcanzado nuevas dimensiones gracias al papel amplificador de las redes sociales. Influencers y artistas con millones de seguidores —niñas y adolescentes en su mayoría— trasladan estos mensajes a la vida cotidiana, convirtiéndolos en aspiraciones. La estética de la violencia se disfraza de empoderamiento, cuando en realidad reproduce los mismos códigos patriarcales de siempre. Y el peligro es mayúsculo: no solo por el alcance, sino por la falta de filtros, marcos críticos o educación afectivo-sexual que permita a las y los jóvenes leer estos mensajes desde una mirada feminista.

El caso de Sabrina Carpenter: violencia sexual maquillada de pop

El nuevo disco de la influencer y cantante Sabrina Carpenter, titulado "Short n’ Sweet" —cuya edición especial en vinilo lleva grabado el subtítulo “The Best Friend of a Man” (La mejor amiga del hombre)— es un ejemplo extremo de esta tendencia. Con 47,7 millones de seguidores solo en Instagram, su lanzamiento ha sido acompañado por imágenes de alto contenido simbólico que remiten claramente a la violencia sexual:

  • En la portada, la artista aparece a cuatro patas, vestida de negro, con un hombre de pie tirándola del pelo.

  • En otra imagen promocional, un hombre mayor la observa desde los pies de una cama mientras ella está tumbada, atada a la cama.

  • En una tercera escena, la cantante aparece metida en una bañera llena de cerdos, con hombres mirándola desde arriba.

  • Incluso hay una imagen explícita de un perro con un collar que lleva grabado el título del disco.

Estas imágenes no son inocentes, ni provocativas, ni transgresoras: son la representación explícita de una mujer humillada, cosificada y animalizada, usada como símbolo de obediencia y abuso. Son una puesta en escena de la violencia sexual con estética de lujo y pop.

¿Qué estamos enseñando?

Este tipo de contenidos educa a las niñas en la sumisión, la dependencia emocional, la humillación y el silenciamiento. Y educa a los niños en una masculinidad basada en la dominación, el derecho sobre el cuerpo ajeno y la legitimación de la violencia como forma de deseo.

En definitiva, les educa a ellos como potenciales agresores, y a ellas como cuerpos disponibles. La erotización del maltrato y la cosificación extrema no son “decisiones artísticas”. Son expresiones de un sistema patriarcal que vende subordinación femenina como si fuera libertad sexual.

Cuando las industrias culturales, a través de artistas de éxito, naturalizan estas dinámicas, nos encontramos ante un problema estructural que no se resuelve con cancelaciones individuales ni con debates en redes. Necesitamos una legislación clara sobre contenidos violentos y sexistas, sobre publicidad encubierta en redes sociales, y sobre la responsabilidad de quienes tienen alcance masivo. Pero también necesitamos políticas públicas que fortalezcan la educación en igualdad, la alfabetización mediática y la conciencia crítica desde edades tempranas.

Porque no basta con indignarnos: es urgente intervenir.

Urge regular. Urge educar. Urge reaccionar.

Desde ACG Consultora de Igualdad de Género con enfoque de ruralidad, denunciamos con firmeza este tipo de discursos visuales que se disfrazan de provocación artística mientras legitiman la violencia y perpetúan roles de género profundamente dañinos.

  • No podemos permitir que la cultura mainstream siga enseñando a las adolescentes que su valor está en ser “deseables” desde la subordinación.

  • No podemos permitir que los referentes masculinos se construyan desde la lógica del maltrato simbólico.

Y no podemos seguir aceptando que la industria del entretenimiento siga generando millones a costa de la vulnerabilidad de nuestras niñas y jóvenes.

Necesitamos un marco regulador que esté a la altura del riesgo.
Las redes educan más rápido que las escuelas.
Spotify, You tube, Instagram y TikTok están marcando los valores afectivos y sexuales de la adolescencia.
Y lo están haciendo sin perspectiva de género, sin regulación y sin responsabilidad colectiva.

Desde ACG Consultora de Igualdad de Género lo decimos claro:
No se puede seguir blanqueando el machismo bajo el disfraz de “libertad artística”, no podemos aceptar la violencia simbólica como tendencia estética y no podemos permitir que millones de adolescentes crezcan sin herramientas para detectarla y rechazarla.

Es preciso:

Una legislación que regule contenidos audiovisuales con perspectiva feminista.
Medidas de protección digital para adolescentes frente a mensajes sexistas y violentos.
Políticas públicas que no solo censuren, sino que también eduquen.


Denunciemos una cultura que sigue enseñando que el dolor de las mujeres es estético, rentable y deseable.